‘El gigante de hierro’ es una animación que no fue apreciada en su momento

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Hay muchas películas que pasan totalmente desapercibidas en su estreno, pero causan un impacto tan grande y duradero en algunas personas, que desafían el paso del tiempo para convertirse en clásicos, evitando así el olvido al que parecían destinadas. Eso mismo le ocurrió a El gigante de hierro (1999), joya absoluta de la animación tradicional que recibió la etiqueta de fracaso comercial, pero sobrevivió a su desafortunada taquilla, encontró nueva vida a través de los años y alcanzó el estatus de película de culto.

¿Su secreto? Una historia atemporal, su exquisita animación que mezcla 2D y 3D y el enorme corazón que late a lo largo de toda la película, las claves que nos hacen volver a ella una y otra vez para sentir la calidez acogedora de sus imágenes y sus emociones, como si estuviéramos sentados delante de una chimenea arropados con una manta en pleno invierno.

Pero antes de llegar al Olimpo de la animación, la película tuvo que sortear numerosos obstáculos en una escalada muy ardua. Y es que el estreno de El gigante de hierro a finales de los 90 estuvo precedido de una serie de problemas que no auguraban la mejor trayectoria comercial para la película.

El estudio a su cargo, Warner Bros., acababa de experimentar un fiasco estrepitoso con otra cinta de animación, La espada mágica: En busca de Camelot, y la confianza en El gigante de hierro disminuía a consecuencia de esto. Gracias a propiedades legendarias como los Looney Tunes, Scooby Doo, Tom y Jerry o más recientemente los superhéroes de DC, la división de animación de Warner siempre destacó en los formatos cortos y en televisión/vídeo, pero nunca tuvo tanta suerte con sus largometrajes de dibujos, terreno en el que no se adentró realmente hasta los 90, con decepcionantes resultados para la compañía.

Por aquella época, la todopoderosa Disney disfrutaba de una de sus mayores etapas de esplendor, y el auge de otros estudios de animación como DreamWorks planteaba un panorama más competitivo en el que el objetivo principal era destronar a la compañía del ratón, o al menos repartirse el mercado infantil más equitativamente. Warner probó suerte con películas como Pulgarcita (1994) o Los gatos no bailan (1997), pero ambas fueron fracasos económicos (quizá sobre todo la primera se recuerde con mucho cariño, pero en su día no recuperó ni su presupuesto). La excepción fue Space Jam, híbrido de animación y acción real que juntaba a Michael Jordan con los Looney Tunes y sí lograba conquistar al público.

Con La espada mágica, Warner pretendía subirse al carro de Disney presentando una aventura mágica de corte musical con canciones originales y todos los ingredientes que habían hecho de La Sirenita, Aladdin o La Bella y la Bestia grandes éxitos. Sin embargo, el público no picó y, aunque hoy en día también tiene sus defensores, el film no rindió como se esperaba e hizo que Warner tirara la toalla. Su siguiente proyecto, El gigante de hierro, se vio importantemente afectado por este espíritu derrotista, pero visto con perspectiva, que el estudio dejara a su equipo a su suerte no hizo sino encender su llama creativa, como ahora veremos.

El origen de El gigante de hierro se encuentra en un libro del poeta inglés Ted Hughes, titulado The Iron Man, historia que escribió para consolar a sus hijos tras el suicidio de su madre, Sylvia Plath en 1963. A finales de los 80, Pete Townshend, miembro de The Who, lo adaptó como álbum conceptual en The Iron Man: The Musical, que dio lugar a una adaptación teatral en Londres en 1993. Esta fue la base que Warner utilizó para desarrollar El gigante de hierro, que originalmente iba a ser una película musical al estilo de La espada mágica. Después de que el legendario animador Don Bluth (En busca Del Valle encantado, Anastasia) rechazara dirigirla, el proyecto recayó en Brad Bird.

Bird había dirigido varios episodios de Los Simpson (donde fue consultor durante sus primeras ocho temporadas) y el famoso capítulo animado de Cuentos asombrosos, Family Dog (que dio lugar a su propia serie), pero El gigante de hierro era su primer largometraje. A pesar de esto, Warner le dio bastante control creativo, lo que Bird aprovechó para realizar la película a su manera y dejar que los animadores tomaran las riendas sin demasiadas interferencias del estudio.

Según desveló el propio director en una entrevista por el décimo aniversario de la película (Animation World Network), simplemente no veía la historia como un musical y prefería desarrollar de otro modo la amistad entre el niño protagonista, Hogarth, y el robot gigante, a pesar de que el libro acababa abandonando ese tema para centrarse en una lucha entre gigantes. Bird recuerda la frase con la que convenció a Warner de que le dejaran hacer la película a su manera: “¿Y si una pistola tuviera alma y no quisiera ser una pistola?”. Al estudio le gustó la idea y la película siguió adelante con la visión de Bird, que parecía tener muy claro lo que quería hacer con ella.

De esta manera, las canciones desaparecieron y la película dejó de ser un musical, la historia pasó de ambientarse en Inglaterra a Estados Unidos durante la Guerra Fría y varios personajes que no existían en el libro (el beatnik Dean y el agente del gobierno Kent Mansley) fueron añadidos. Bird le dio al film un aire clásico norteamericano a través de la localización de Maine, con imágenes idílicas inspiradas por el arte costumbrista del famoso pintor Norman Rockwell. Asimismo usó el formato CinemaScope, como muchas películas de los 50, para darle ese toque mágico de nostalgia. Todo iba viento en popa, pero entonces Warner recibió un revés que afectaría profundamente a la producción de El gigante de hierro: el batacazo en taquilla de La espada mágica.

El fracaso de la película llevó al estudio a replantearse su postura en cuanto a los largometrajes animados, un terreno en el que, como ya hemos visto, nunca tuvo mucha suerte. Warner abandonó la esperanza en el proyecto y dejó el desarrollo del film en manos de Bird y los animadores. Justo antes de que la producción arrancara oficialmente, el estudio recortó considerablemente el presupuesto y le dio al equipo un plazo más corto del previamente acordado para completar la película (resumiendo, contaban con tres veces menos dinero que Disney para hacer una película en la mitad de tiempo que ellos). Según Bird, Warner los dejó a su aire y, salvo varias sugerencias que se ignoraron rápidamente (como añadir un perro mascota para Hogarth, ambientación moderna o canciones rap -via JoBlo), no intercedió excesivamente en la producción, señal de que sentían que no tenían nada que perder.

Pero claro, como no hay mal que por bien no venga, el equipo aprovechó esto para hacer con ella una labor de amor a la animación la ciencia ficción. Así, el timón de El gigante de hierro fue manejado principalmente por sus artistas. La libertad creativa les llevó a hacer una película que no estaba cortada por el mismo patrón que los clásicos de Disney, sin canciones, sin villanos mágicos, sin animales parlantes… una simple pero profunda y emotiva historia de amistad entre un niño y un robot atrapado en el dilema existencialista de ser un arma de destrucción masiva, pero no querer hacer daño a nadie.

La producción se desarrolló sin mayores contratiempos. Sus animadores realizaron varios viajes a Maine para captar sus entornos en detalle y el equipo empleó un avanzado software de animación para crear el estupendo CGI del gigante e integrarlo con el 2D con resultados sorprendentemente fluidos para la época. Según Bird, el ambiente que se respiraba en el rodaje era de amistad y camaradería, y todos sentían que estaban haciendo algo muy especial (AWN). Finalmente, la película se completó y desembarcó en los cines estadounidenses el 6 de agosto de 1999 (a España no llegaría hasta diciembre de ese mismo año), recaudando al final de su recorrido tan solo $31 millones a nivel mundial (€25,5 sin contar inflación -via The Numbers), de un presupuesto de aproximadamente 50.

El gigante de hierro fue declarada oficialmente un fracaso, lo cual sorprendió a Bird, ya que los pases de prueba habían tenido mucho éxito y se habían saldado con las mejores puntuaciones de Warner en 15 años. En parte, la mala taquilla se achacó a la pobre campaña de marketing de Warner, que no se puso en marcha hasta pocos meses antes del estreno y prescindió de estrategias clásicas como juguetes en cadenas de comida rápida o regalos en cajas de cereales. Tampoco sacó partido al reparto original de voces que tenía, con Harry Connick Jr., Vin Diesel y Jennifer Aniston, que disfrutaba de la fama gracias al monumental éxito de Friends. Al parecer, Warner se desentendió por completo a pesar de tener dos años y medio para preparar la campaña y hasta el póster teaser de la película acabó siendo el póster principal, señal definitiva de que no daban un duro más por ella.

A raíz de las críticas al estudio por esta razón y el resultado de taquilla, Warner decidió poner en marcha una campaña para el lanzamiento en vídeo de la película, ahora sí con patrocinios en marcas diversas. Como resultado, la popularidad de El gigante de hierro aumentó al año siguiente de su aterrizaje en cines y fueron muchos los que la descubrieron en venta o alquiler, demostrando así la importancia de una buena campaña de marketing para concienciar al público de este tipo de películas familiares. A partir de ahí, el film empezó a experimentar un proceso progresivo que la llevó de fracaso comercial a título de culto, culminando con el paso de los años en un clásico moderno de la animación querido por miles de personas.

El gigante de hierro siempre fue una apuesta muy arriesgada para Warner. En esos momentos, lo que triunfaba eran los grandes musicales y los cuentos de hadas épicos, y la película no tenía nada de eso. En su lugar, era un homenaje a la ciencia ficción clásica ambientado en la Guerra Fría, con un argumento sencillo basado en la amistad entre dos personajes y un mensaje antibélico y antiarmas; una película entrañable y llena de emoción, pero también subversiva a su manera, con temas maduros, como la guerra, el patriotismo y la paranoia de la era de McCarthy, y momentos oscuros que la alejaban del espectáculo colorista y musical que se llevaba en los 90 (recordemos que se estrenó pocos meses después de la masacre de Columbine, llegando su mensaje en el momento más escalofriantemente oportuno).

Es evidente que Bird quiso hacer algo diferente y personal, y el precio a pagar fue la decepción en taquilla. Claro que, echando la vista atrás, el director está evidentemente orgulloso del film y de su impacto en una generación, mucho más duradero de lo que aquellas cifras iniciales indicaron. Tras El gigante de hierro, Bird encontró el éxito masivo en Pixar, donde dirigió Los Increíbles unos años más tarde, a la que siguió Ratatouille, ganando el Óscar a mejor película de animación por ambas. A continuación se pasó a la acción real para dirigir a Tom Cruise en Misión imposible: Protocolo fantasma y apostó por la originalidad en la aventura de ciencia ficción Tomorrowland: El mundo del mañana, con la que tristemente volvió a repetir la mala suerte de El gigante de hierro. En 2018 volvió con la familia Parr en Los Increíbles 2, que se convirtió en una de las películas de animación más taquilleras de la historia. A pesar de los traspiés en su carrera, Bird puede estar muy satisfecho de su contribución a la historia del cine de animación.

Más de dos décadas después de su estreno, El gigante de hierro ocupa un lugar muy especial en el corazón de los amantes de la animación y son muchos los que siguen reivindicándola. Recientemente, Warner rescató al gigante y le dio un cameo en Ready Player One, la aventura geek dirigida por Steven Spielberg basándose en la novela de Ernest Cline. Aunque el estudio no se libró de las críticas por presentar al personaje disparando y en actitud beligerante (contra Mechagodzilla, para ser más exactos), cuando en realidad es un ser esencialmente pacífico, su aparición en el film confirmó su naturaleza de icono y nos recordó que el suyo es uno de los diseños más brillantes e inmortales de la historia de la animación.

El tiempo ha puesto la película en su sitio y hoy en día goza de una reputación estelar como clásico del cine familiar, e incluso como pieza inusual del cine de superhéroes (la conexión entre el gigante y Superman es uno de los toques más inspirados del film). Aunque no llega a la altura de sus contemporáneas de Disney en cuanto a repercusión y presencia en la cultura popular, El gigante de hierro cuenta con una legión de defensores (la mayoría adultos cinéfilos que ya en su día vieron en ella ese toque especial que le había dado Bird) y es tanto un símbolo del arte de la animación tradicional como una digna representante de esa etapa de transición en la que lo digital la estaba desplazando para transformar el cine para siempre.

Esta es una de esas películas que se quedan grabadas en la memoria desde el primer momento. Es imposible olvidar escenas tan divertidas como la de Hogarth intentando ocultar a su madre la mano del gigante dentro de casa, un momento tan dramático e impactante como la muerte del ciervo, y sobre todo ese conmovedor final, uno de los más hermosos y esperanzadores que nos ha dado el cine, y con el que es imposible no derramar una lágrima. Todo esto nos dice que no estamos ante una película para niños cualquiera, sino una obra cinematográfica con alma que lleva detrás una enorme labor de fe, cariño y dedicación.

Por todo esto, El gigante de hierro merece sobrevivir de cara a las nuevas generaciones y que sus mensajes perduren durante muchos años más.

En la actualidad la pueden encontrar en Prime Video.

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